Para muchos viajar puede sonar trivial, suntuoso e innecesario. Para mí, viajar es mucho más qué eso, que simplemente ir a una playa a tomar margaritas (lo que está perfecto, pero no es mi estilo). Es la actividad que me abrió la cabeza, que permitió abrirme a mis sentimientos, encontrar pares que hicieron que mis difíciles momentos siguieran siendo igual de complejos pero encarado con otras ópticas, una fuente de energía renovable que me ayudó a sacar la cabeza del fondo en los momentos más oscuros; me permitió conocer un mundo tan bello que valía más vivir para conocerlo que sucumbir ante la impotencia. Aclaro, no hablo de deseos ni intentos de suicidio, sólo de momentos y situaciones complejas.

No voy a decir que tuve la mejor ni peor vida puesto que depende la óptica con la que lo mires; lo que es cierto, atravesé situaciones insólitamente difíciles. Más allá de esas experiencias personales, durante mi adolescencia fui un joven tímido, aislado, con la necesidad de hacer amigos pero sin las herramientas necesarias para ello. Mi sexualidad marcó durante mucho tiempo esa soledad; el ser diferente siempre fue un estandarte y por largos momentos un estigma. Y me tomó mucho tiempo sentirme orgulloso de esa diferencia. En ese demasiado largo interín, nada fue fácil. Cada mañana era un esfuerzo sobrehumano levantarme e ir al colegio, porque no sabía ni quería conocer la “sorpresa” que me deparaba ese día. Cada viernes  y sábado por la noche la soledad era mi única amiga. Alguna película alquilada en el videoclub o un zapping furioso por los canales de la época era lo que me quedaba. Era inseguro, solitario, no tenía quizás las herramientas para desenvolverme. Pero siempre mi imaginación me mantuvo a flote, soñando despierto, sobre realidades paralelas que me llenaban el alma, siempre en lugares lejanos, lugares que había conocido viajando.

A los 11 años hice mi primer viaje al exterior: la maravillosa Río de Janeiro (a la que luego regresé 6 veces más). Después a los 14 años tocó Disney y Estados Unidos, el destino soñado, el país perfecto e ideal (que después descubrí que no era ni tan perfecto ni ideal), el que me voló la cabeza e hizo ver otras realidades. Después llegó Egipto, España, Inglaterra (con la soñada Oxford, inspiración casi exclusiva para mi primer y única novela publicada hasta el momento), y muchos otros lugares. Pero pocos recuerdos son tan vívidos como a mis 19 años en París. Llegué a ese viaje devastado, desarmado, derruido, sin esperanzas. Y caminando por la Rue de Rivoli, me detuve un segundo y respiré hondo, para disfrutar esa renovada energía de vida que se apoderaba de mí. De pronto todo lo acontecido, y lo que seguramente acontecería a la vuelta, no importaba. Era feliz y tenía las fuerzas suficientes para enfrentar lo que viniese. Y de ahí en más, fue siempre así: viajar fue, siempre que pude hacerlo, una fuente de energía infinita.

Luego llegó un viaje que me marcaría para siempre: mi primera vez sólo en Europa. Una vez defendida mi tesis y con título finalmente bajo el brazo, comencé un viaje de más de un mes con mi mochila a cuestas. Fiel a mis decisiones honestas, comencé por Dublín y terminé en Viena para volar luego a España. Atravesé Europa en tren, y conocí mucha gente, con algunos de los cuales todavía tengo contacto. Decidí viajar a Copenhague y Malmö en vez de ir al sur y conocer Italia cómo me decía todo el mundo. Escandinavia siempre fue un lugar que me fascinó, y mi elección no me defraudó. Pero fue Dublin de quien me enamoré (incluso antes de llegar), donde decidí estudiar mi primer Maestría y vivir 18 de los más importantes meses de mi vida. Y fue en ese viaje que en Praga conocí a Mallory y su hija Kathy, dos irlandesas que me acogieron en su casa cuando recién llegué a la Isla Esmeralda para instalarme. Y una vez más, de un viaje regresé con ilusiones, esperanzas, sueños y con la seguridad de hacer lo que deseaba y no lo que el mandato impartía.

Recuerdo que en mi disertación de mi maestría en Trinity College Dublín, abordé el tema de los Derechos Humanos de Las Lenguas Minoritarias ante el advenimiento de la Unión Europea. Y encontré leyendo un libro de Tove Skutnabb-Kangas un concepto que cambiaría mi vida para siempre: El Derecho A Ser Diferentes. Todos tenemos derecho a ser quienes queramos ser, es parte intrínseca de simplemente Ser Humanos. Somos únicos e irrepetibles, por lo cual estamos haciendo lo que está en nuestra naturaleza. Ser diferentes o únicos, es ser simplemente auténticos y fieles a uno mismo; y esa es la única manera a través de la cual yo considero que se puede alcanzar una sincera plenitud. Y a través de viajar entendí lo que se nos enseña a no creer: Que las diferencias enriquecen y no amenazan. Desde Bolivia a Europa, Egipto y Japón, todas son culturas extraordinariamente diferentes que coexisten, y cuyas singularidades aportan belleza y enriquecen a la humanidad. La diversidad es un valor agregado, no un peligro a la unidad y estabilidad. Y esa riqueza se palpa al visitar cada uno de los destinos de nuestro planeta, o al sinceramente conocer a cada una de las personas que nos rodean.

Viajar es mi pasión; es conocer la cultura, la idiosincracia, ir a los mercados y averiguar qué es lo que comen y comprender sus ritmos y formas de ver la vida. El viajar en muchas maneras me salvó literalmente la vida al darme las fuerzas necesarias para poder seguir, permitirme conocer tantos otros en este mundo que estaban tan locos y eran tan peculiares como yo; y eso abrió mi cabeza y los caminos a tiempos mejores. Los viajes en soledad profundizaron la introspección, me posibilitaron conocerme y conocer a tantos otros, pero por sobre todas las cosas, comenzaron mi largo camino a la total aceptación de mi ser como diferente. Y gracias a ese proceso, es que hoy me atrevo a comenzar este camino de escribir un blog, con una voz propia, honesta y auténtica, con la intención de contar mis experiencias y que ellas sean de ayuda a todo aquel que visite y acompañe esta interminable aventura de vivir siendo uno mismo, de viajar y experimentar desde la belleza intrínseca en la siempre diferente visión de cada viajero. Pues bienvenidos entonces a esta aventura, la de un viajero que encontró en la magia de las travesías lejos de casa, un salvavidas que le permitió flotar, muchas veces a la deriva, hacia este sueño glorioso de recorrer, conocer y experimentar nuestro maravilloso mundo.

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This article has 4 comments

  1. Juan Reply

    La verdad que hace mucho tiempo que no leía algo tan sincero, honesto y real. Entré a ver si conviene una promo de millas y me voy con la idea del derecho a ser diferente, y como eso nos define como un todo.
    Excelente texto, fue breve pero profundo. Realmente tuvo impacto.
    Muchas gracias.

    • Alejandro A. Reply

      Gracias a vos por leerlo! Me alegra mucho que tenga ese impacto. Es mi motivación para viajar y es lo que me motiva a hacer lo que hago. Gracias a vos por leerlo y comentar ☺️

  2. Arol Reply

    A veces echo de menos este tipo de artículos profundos, íntimos y bien escritos.

    Byung-Chul Han habla siempre del infierno de lo igual y cómo la sociedad se ha transformado en un ente que no acepta lo diferente. Lo escupe como quién traga veneno.

    Me alegra ver vocês de rebeldía

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