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  • Crónicas Laponas Nº2: Santa Claus Express, Rovaniemi y Ranua.

    Crónicas Laponas Nº2: Santa Claus Express, Rovaniemi y Ranua.

    Tienda Stockmann, Helsinki.

    Caminamos en la fría noche de Helsinki por Mannhermeintie desde el hotel hacia la estación de trenes, arrastrando sobre el hielo el equipaje donde las compras en línea no fueron acomodadas sino aleatoriamente desparramadas (maldito Amazon y sus ofertas, y maldito yo que no me les puedo resistir). El camino es corto pero pesado gracias a la gelidez del suelo, pero finalmente llegamos a destino acompañados de las luces de la noche Helsinguina.

    Arribamos finalmente a la Ratautientori donde nos esperaba a las 18:44 el tren nocturno que nos llevaría a nuestro próximo destino: Rovaniemi, una escala del tren que finalizaría su recorrido en Kemijärvi. En la fila se aprecian ya algún que otro pasajero con ojos más rasgados y pelo oscuro, características físicas de los Sami, los aborígenes de Escandinavia y el último pueblo indígena de Europa; signos inequívocos de que nos dirigíamos a la capital de la Laponia finlandesa. Extrañamente el tren se demoró unos 20 minutos pero finamente llegó y no sería otro que el Santa Claus Express. Un hermoso tren (mi medio de transporte favorito) de dos pisos, donde nos aguardaba una pequeña pero cómoda habitación con dos camas y baño propio. Difícil fue subir las valijas hacia el segundo piso, pero una vez arriba nos acomodamos para transcurrir las más de 12 horas que nos depositarían en las cercanías del Círculo Polar Ártico. Así de loco sonaba, así de maravillosa era la travesía que iniciábamos…

    Esperando por el Tren, Ratautientori, Helsinki.
    Pasajeros esperando por el tren, Ratautientori, Helsinki.

    Arribamos a Rovaniemi a las 7:30 AM, a una ciudad todavía a oscuras y lejos de estar en funcionamiento. La vida comercial en Escandinavia comienza a las 10 AM, y en la Laponia incluso a las 11. Llegamos al hotel donde obviamente no nos darían aún la habitación por lo que decidimos ganar tiempo e ir al Zoológico de Ranua, una ciudad que nos explicaba la conserje del hotel era su hogar natal, y donde sólo viven 5 mil habitantes.

    Estación de Trenes de Rovaniemi, Finlandia.
    Santa Claus Express, Rovaniemi.
    Santa Claus Express, Rovaniemi.
    Rovaniemi a nuestra llegada.

    Con los primeros atisbos de luz solar salimos con dirección hacia la Estación de Buses de Rovaniemi previo paso por uno de los supermercados, los únicos comercios que abren a las 8 o incluso 7, y que cierran a las 23. El K-Supermarket resultó ser una delicia de productos lapones y demás, elegante, completo y una muestra de que la Laponia Finlandesa era no tan cara como sus contrapartes sueca y noruega. Tras un rato recorriendo sus góndolas y descubriendo los productos que se consumen en latitudes tan lejanas, nos volvimos a abrigar para caminar hacia la Estación. El cielo era gris, estaba muy cargado y la luz apenas atravesaba el espesor de las nubes. El suelo estaba cubierto de hielo por lo que había que tener extremo cuidado al caminar. Rovaniemi aparecía frente a mis ojos como una ciudad quizás no pintoresca, pero repleta de parques cubiertos de hielo y de comercios. Una característica escandinava es que sin importar la cantidad de habitantes, todos los lugares tienen una infraestructura comercial digna de ciudades de mayor magnitud. Rovaniemi tiene 60 mil habitantes y consta de dos centros comerciales, y varios supermercados.

    Vistas de Rovaniemi.
    Vistas de Rovaniemi.

    Llegamos a la estación después de haber recorrido unas 10 cuadras a solas, con la sensación de ser las únicas dos personas en las calles. La Estación es pequeña, consta de un negocio donde comprar souvenirs, revistas, café y algo para comer y unas mesas para sentarse a esperar o a consumir algo. En ella estábamos una joven también foránea como nosotros que esperaba por el mismo bus, la cajera del comercio, dos hombres que parecían ser habitués de la confitería y nosotros dos, en el ya acostumbrado silencio escandinavo, donde solo nuestras voces parecían oírse.

    Parada del bus que lleva a Ranua, Estacion de Buses de Rovaniemi.

    El Bus a Ranua y Ranua Zoo sale siempre de la parada número 6 y sus horarios y precios se pueden observar aquí para la ida de Rovaniemi a Ranua y aquí para la vuelta. Son cuatro frecuencias de lunes a jueves, cinco los viernes, dos los sábados y tres los domingos. El precio ronda entre los 15 y 17 euros por persona el tramo. Son bastante puntuales, aunque se puede esperar alguna demora dependiendo del clima.

    El viaje dura alrededor de 1 hora y por la ventana se logran apreciar bosques de coníferas y más de un lago ya congelado. No en vano Finlandia es conocido como el país de los mil lagos.

    Entrada al Ranua Zoo, Ranua, Laponia Finlandesa.

    El bus frena en el Ranua Zoo y tras cuidadosamente descender nos dirigimos hacia la recepción dónde nos atiende una amable joven española que vive por allí y  tras darnos la buena nueva de que todos los animales estaban afuera a excepción del Oso Pardo que ya estaba hibernando, nos advierte que tengamos cuidado porque había helado la noche previa. Los senderos de madera estaban cubiertos por una capa de hielo a los costados mientras que en el medio la arena y piedritas intencionalmente desparramadas impidió la formación del mismo. Una característica que veríamos en todas las aceras y parques de la Laponia a fin de minimizar los riesgos de accidentes con hielo. Hacía frío y encima llovía, por si faltase un condimento. Una lluvia moderada, que no impedía que comenzásemos a recorrer este hermoso parque de vida salvaje con características muy particulares: en el zoológico no hay luces artificiales para no alterar los ciclos de los animales, por lo que en caso de llegar en invierno después de las 14 horas, cuando ya es de noche, podés ingresar trayendo tu propia antorcha o linterna, o bien alquilando una en la entrada del zoo. En este parque sólo hay animales propios del ártico, y para sus visitantes, quizás sea la más simple o incluso única manera de poder observar animales tan emblemáticos como el Oso Polar o el Zorro Blanco, en su hábitat natural.

    El recorrido duró un poco más de 2 horas y pudimos observar desde roedores pequeños hasta el magnífico Oso Polar, pasando por muchos búhos, águilas, zorros y por supuesto, los emblemáticos renos. Una experiencia sobrecogedora de poder observar animales sólo antes vistos por nosotros a través de Discovery Channel o National Geographic, a apenas metros de distancia. Comenzábamos a darnos cuenta de donde estábamos, de cuán lejos de casa nos encontrábamos y a dimensionar lo que ya se estaba transformando en una de las travesías más inolvidables de nuestras vidas.

    La jornada en Ranua continuó en el pintoresco buffet del zoológico, ambientado con madera pintada de blanca y ornamentas de renos, donde bebimos un imperiosamente necesario chocolate caliente para recuperar calor en el cuerpo. Allí permanecimos un rato, a la espera del horario para tomar el autobús de regreso a Rovaniemi. Para ello, caminamos muy lentamente sobre el hielo a fin de llegar a la parada que se ubica sobre la ruta, donde ya esperaban unos turistas franceses por el mismo colectivo. El bus llegó con unos 15 minutos de demora, pero nos rescató del húmedo frío que nos aquejaba, y nos depositó, una hora después, en la capital de la Laponia Finlandesa.

    Descendimos del bus en inmediaciones de nuestro hotel, y después de un breve ingreso a nuestra habitación, cruzamos la calle hacia el Rinteenkulma Shopping Center, el centro comercial que habíamos visitado por la mañana para visitar el K-Supermarket. Continúa siendo un misterio para mí el funcionamiento de tamañas estructuras comerciales en ciudades tan pequeñas. Los comercios tenían muy pocos clientes, o simplemente ninguno. Y eso incluía supermercados, locales de comidas típicos de centros comerciales y grandes tiendas departamentales. Una de esas cosas que me llamaron la atención de mi primer día en la Laponia.

    Productos de la Laponia en el K-Supermarket, Rovaniemi, Finlandia.

    Tras un tranquilo y no tan breve recorrido por el Rinteenkulma y sus comercios, regresamos al hotel para finalizar el día con una experiencia inevitable cuando se está en Finlandia: el Sauna. Una institución tan arraigada en la vida finesa que casi todas las casas poseen uno… Sino como explicar que en un país de 5 millones de habitantes existan 2,5 millones de saunas. Saunas en casas, hoteles, en algún McDonalds, en teleféricos donde las góndolas son cabinas de sauna, o como el caso del SkySauna, la rueda de la fortuna de Helsinki con cabinas de sauna que reemplazan las clásicas góndolas. Queda claro que lo del sauna alcanza ribetes insólitos en Finlandia; insólito solo para quién no nació en estos lares. 

    Tras una sesión de calor moderado cuando estábamos a solas, y una temperatura que crecía a niveles de ardor cuando ingresaban los locales que no se cansaban de mojar las piedras y provocar un vapor sofocante, nos retiramos a la habitación, no sin antes mirar azorados como un huésped del hotel ingresaba con su bebé (si, bebé con pañales y de no más de 6 meses) y se perdían tras el vapor del sauna que era todo lo que se podía ver a través del vidrio de la puerta. Quedamos perplejos pero a la vez entendiendo que quizás este caso ilustre como ninguno la naturalidad del sauna en la vida cotidiana finesa. O quizás sea simplemente un padre irresponsable. Cualquiera fuese la suposición correcta, lo único cierto es que llegaba a su fin nuestro primer día en la Laponia. Sorprendidos, abrumados y agotados, sin siquiera imaginar lo que nos depararía la inolvidable travesía por la sobrecogedora e imponente belleza del Ártico

  • Crónicas Laponas Nº 1: Helsinki, La Elegante Parada Previa

    Crónicas Laponas Nº 1: Helsinki, La Elegante Parada Previa

    Helsinki me recibe nuevamente, poco más de un año después de mi primera visita. Arribamos a uno de los aeropuertos más lindos que conocí en la vecina ciudad de Vantaa, el aeropuerto hub de la gran Finnair. Helsinki está oscura, fría, solitaria. Es un domingo pasadas las 8 de la noche de fines de octubre. El otoño se está yendo y dando lugar al crudo invierno. Helsinki es una ciudad cuya arquitectura parece mimetizarse con el paisaje del frío. Tomo el Finnair City Bus (la opción más viable si viajas solo o de a dos. Para más personas UBER es una buena opción) hacia mi hotel y observo a mi camino todos aquellos lugares que ya recorrí y que me inspiraron a volver. Helsinki no es espectacular; no es grandiosa como Estocolmo o Copenhague, ni tan elegante como Oslo, ni preciosa como Bergen. Es más bien modesta, sobria, gris; pero encantadora y sofisticada como pocas. Una ciudad de 800 mil habitantes que parece aún más pequeña. Una ciudad de saunas en los McDonalds o incluso en teleféricos, y de devoción por los arquitectos, la capital del país del Korvapusti (el rollo de canela cuyo origen se disputan con Suecia y su Kannelbullar), de Santa Claus y de uno de los inviernos más crudos de Europa. Un país de arquitectura vanguardista que refleja su presente y futuro, y de construcciones históricas y sobrias que reflejan su pasado víctima de innumerables invasiones, mayormente rusas.

    La mañana siguiente disfruto de mi primer desayuno escandinavo del viaje: panzada de arenques en todas las salsas, salmón; disfruto de la maravillosa variedad de la panadería nórdica, y obviamente cedo ante los acostumbrados gofres o waffles con crema batida y frutos del bosque que parecen sacados de una foto retocada con Photoshop. Y tras esa recarga de sabores y sensaciones, Helsinki me despide temporalmente para visitar la vecina Tallinn, con una nevada que embellece todo. Y me acoge nuevamente bien entrada la noche, cuando, con un pack de 24 Carlsberg a cuestas (compradas a 16 Euros el pack contra 2 euros por lata en Finlandia), y con la ayuda de dos naturalmente amables y corteses policías, tomo una combinación de tranvías para llegar al hotel desde el frío penetrante del puerto. Dos policías que se subieron al mismo tranvía para acompañarnos a la primera parada, que cuando se dieron cuenta de que estábamos yendo en la dirección equivocada, nos acompañaron hasta la mismísima segunda parada. Cosas de Escandinavia…

    Desayunando en Escandinavia
    Desayunando en Escandinavia
    Estación de Trenes de Helsinki, diseñada por Eliel Saarinen

    Al día siguiente nos dimos el gusto de volver a recorrer cada rincón que recordábamos con tanto cariño de la capital más menospreciada de los países Nórdicos. Pasando por la Ratautientori, la estupenda Estación de Trenes diseñada por el magnífico Eliel Saarinen, uno de los grandes e icónicos arquitectos del siglo XX, padre del famoso Eero Saarinen y mentor de éste y nada menos que Charles Eames; o la Akateeminen Kirjakauppa, la librería diseñada por el otro gran ícono de la arquitectura y diseño finlandés: Alvar Aalto. Un país tan peculiar que a sus arquitectos los elevan a estatus de cuasi héroes nacionales.

    Fachada de la Akademikeen Kirjakauppa.
    Interior de la Akademikeen Kirjakauppa, edificio diseñado por Alvar Aalto.
    Fachada de la Catedral de Uspenski, Helsinki
    Interior de la Catedral Ortodoxa de Uspenski, Helsinki.

    El día era horrible, una fría llovizna y un cielo tan cargado que provocaba que todo luciera muy obscuro, casi tanto como el interior de la Catedral de Uspenski, la bonita y tenuemente iluminada iglesia Ortodoxa Rusa, que recuerda su pasado cuando en época de los zares, la ahora capital finlandesa era considerada la pequeña San Petersburgo. No tan opulenta ni tan dorada como otras construcciones ortodoxas rusas, sino más bien modesta, sobria; precisamente como Helsinki. Una tenue luz que se extendía al exterior, donde el cielo no brillaba, apenas ayudaba a las luces artificiales prendidas desde muy temprano. Pero no necesito del sol del caribe para deambular por la elegante Esplanadi, ese hermoso y estrecho parque en inmediaciones del puerto, que se encontraba en el camino hacia mi rincón favorito de la capital finesa: el Viejo Mercado del Pescado; un elegante reducto de madera en pleno Puerto de Helsinki que envejece literalmente como los mejores vinos; un mercado donde comer pescados de los más variados, un kebab con carne de reno o incluso de oso; o simplemente como fue mi caso, un café con un maravilloso Korvapusti. Pero lo más importante era nuevamente sentir que había regresado a uno de los hogares virtuales que tengo diseminados por el mundo. Y a eso, no se le puede poner un precio.

    Parque de Esplanadi, Helsinki.
    Facada del Mercado Viejo, Helsinki.
    Mercado Viejo de Helsinki.
    Café con Korvapusti en el Mercado Viejo de Helsinki.

    Atrás quedaron el moderno y llamativo monumento a Jean Sibelius, el más grande compositor de la historia de Finlandia; la Temppeliaukio, esa peculiar y diferente Iglesia construida dentro de la roca, o la Senaatintori, la Plaza del Senado donde convergen el poder político, religioso, comercial y científico, entre muchas otras cosas para ver que te recomiendo aquí. Volver a una ciudad tiene el beneficio de poder deambular sin sentido, sin la presión de tener que conocer tal o cual rincón, monumento o atracción. Un regreso que no hace otra cosa que reafirmar esa cálida familiaridad que tengo con un lugar tan distante (tanto física como culturalmente) como Finlandia. Una ciudad que serviría como partida hacia uno de mis viajes más deseados pero menos soñados, una travesía que me llevaría a recorrer pueblos que ni siquiera sabía que existían y que terminarían robando el corazón: comenzaba entonces el viaje a lo impensado, a la muchas veces bastardeada y no bien valorada belleza del frío: comenzaba nuestra travesía por la Laponia. Eso sí, con la certeza de que a Mi Helsinki yo he de volver.