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  • Crónicas Laponas Nº11: Kiruna y Las Ventanas que Hablan

    Crónicas Laponas Nº11: Kiruna y Las Ventanas que Hablan

    Kiruna fue un punto alto y emotivo en nuestra travesía por la Laponia. Su carácter efímero, de pronta a mudarse y desaparecer, la hacía interesante y exótica, y la fealdad de la mina de hierro que era el corazón y castigo de la ciudad, aportaba un gris dramatismo que no entorpecía la belleza. Nada disfrutaba más que perderme por las calles entre las casas frente a la mina, esas mismas casas prontas a desaparecer. Y si algo me fascinó durante mi travesía por la Laponia sueca fueron las ventanas decoradas. Sí, esas ventanas tenían todo tipo de decoraciones que comunicaban algo, unas ventanas que hablaban.

    Recuerdo que de viaje por Islandia nos encontramos con una mexicana que vivía en Reikiavik, exótico destino hacia donde partió para acompañar a su novio (resulta que su novio tiene un hijo con una colombiana que se fue a vivir a Islandia, entonces, él, para estar cerca de su hijo, se mudó a Reikiavik acompañado de su novia, que es la chica en cuestión). Esta joven originaria de algún lugar del bello México que hoy no recuerdo, contaba que la noche invernal de Islandia que dura unos 3 meses aproximadamente, no es depresiva en lo absoluto, puesto que todos se encargan de compartir a través de sus ventanas sus vidas en algún punto.

    Las inclemencias climáticas por esos lares son tremendas: en Kiruna las temperaturas bajan hasta -35 en invierno, y eso, sumado a los vientos, tormentas de nieve y falta de luz, motiva que los habitantes atraviesen la mayor parte de sus vidas dentro de sus casas. Quizás, en algún punto, las ventanas sirven para comunicarse de una casa a la otra. La falta de cortinas se explica en la necesidad de recibir algo de luz y contactarse con el exterior para mitigar la sensación de encierro.

    Imagino yo, en una descarada suposición, que la gente interactúa con los vecinos e intrépidos transeúntes desde las ventanas. Esas ventanas que son el espejo de la casa, a través de las cuales se puede observar que la vida fluye, aún a pesar de un clima inmisericorde, que la vida sólo se traslada a puertas adentro, pero que, de alguna manera, en el ojo del que mira, no en rol voyeurista, sigue estando un poco en el exterior.

    Suposiciones aparte, estas ventanas hablan, no son apenas aberturas de vidrio con una cortina. Tienen diseños intrincados, con figuras, plantas, decoradas de una manera consciente y planificadas, ventanas que dicen algo al que las ve, ventanas hechas para ser observadas, no para ocultar lo que hay dentro.

    Estas ventanas las había visto en todo el camino desde Haparanda Tornio en la frontera con Finlandia hasta llegar a Kiruna, y me llamaba la atención cómo desde el bus se podía, aún en medio de la profunda oscuridad de la noche, observar perfectanente lo que sucedía puertas adentro. Ventanas que hablaban, que comunicaban, que no tenían intención alguna de ocultar, sino todo lo contrario, tenían por objeto compartir lo que dentro sucedía para de alguna manera, a través de lo que sucede en las distintas ventanas, formar un tipo de entramado social, abstracto quizás y que solo existe en los ojos de quien observa.

    Un atípico medio de comunicación cuyo éxito recae en la sutileza del silencio tan típico de Escandinavia, en la que el mensaje que se envía se comprende en base al diseño, selección de objetos y la vida insonora que se aprecia a través de las ventanas.

    Vidriera de local en Kiruna de venta de artefactos de iluminación y demás accesorios para decoración de ventanas.

    Un silencio que muchas veces es lo justo y necesario para comunicar. Existe en nuestro mundo actual una necesidad de llenar todos los vacíos sonoros con, muchas veces, frases o palabras más vacías que la próxima carencia de sonido. El silencio no tiene que ser incómodo, aún cuando se trata de un silencio de a dos o tres; no hay siempre que hablar, no hay que intentar llenar esa carencia con ruidos solo por evitar el silencio. Quizás a través de esa ausencia de sonidos innecesarios, estamos transmitiendo sin darnos cuenta. Un amigo o pareja con quién podés estar un rato en silencio sin que se vuelva incómodo, es alguien a quien te une un vínculo de confianza y entrega más profundo, tan es así que no necesitás expresarlo en palabras para que ambos lo sepan. El mismo silencio que acompañó todo el recorrido por la Laponia, un silencio a veces ensordecedor, otras veces íntimo, nunca extraño, sino más bien normal. Quizás el barullo es lo natural en Bangkok, pues aquí la norma es el silencio y aislamiento. Una normalidad que disfruté en demasía para escapar del ruido que rodeaba a mi vida antes de partir, un silencio que, lejos de incomodar, mi previa y ruidosa alienación citadina se encargó de balsamar.

  • Cronicas Laponas Nº 10: JukkasJärvi, las Tazas de Abedul y el Silencio Necesario

    Cronicas Laponas Nº 10: JukkasJärvi, las Tazas de Abedul y el Silencio Necesario

    El blanco se confundía con el horizonte. Del otro lado del lago congelado, se vislumbraba nítidamente una iglesia de madera, una de esas Iglesias construidas por los colonizadores para convertir a los Samis o Lapones al cristianismo, lo que sucedería en un largo período de 200 años que dejaría, entre otras cosas, un colorido sincretismo en el arte. El blanco era inmenso, eterno, pero tan solitario e íntimo que subyugaba, conmovía. Nos sentamos un largo rato al borde del lago congelado, para observar el monótono y minimalista paisaje del frío lapón.

    Llegamos al lago ingresando, sin saberlo, en propiedad privada. Los Samis construyen varias casas en un terreno común. No todos usan las Lavvuu, sus conocidas carpas de forma cónica. En la pequeña Jukkasjärvi, muchos ya dejaron su carácter nómade, pero mantienen la costumbre de vivir cerca en un mismo pedazo de tierra, pero cada uno con su casa y su granero. Nosotros, convencidos que el espacio entre las viviendas del era una calle, ingresamos hasta las orillas del lago congelado para maravillarnos con la belleza del blanco, tan fría pero no por eso menos conmovedora. Y mientras disfrutábamos del silencio y la paz de la soledad, algún que otro local nos observaba. Y allí fue que nos dimos cuenta. Nunca nos dijeron nada, ni nos pidieron que nos retirásemos. No debemos ser los primeros en haberlo hecho.

    Fue entonces que caminamos hacia la Iglesia de Jukkasjärvi, una pequeña construcción de madera cuya decoración interna soprendió con los colores vivos y esa simpleza de líneas tan propia de los pueblos nórdicos. Simple, humilde pero elegante a la vez, quizás parte de la esencia del diseño escandinavo que aquí se enriquecía con los colores de la cultura Sami, que se notaban sobretodo en el fresco del altar, donde en el centro se encontraba la imagen de Jesús de Escandinavia.

    El Necesario Silencio

    Más allá de creencias, siempre hallé las iglesias en lugares remotos como un lugar de introspección y paz. De más está decir que éramos los únicos caminando por el pueblo y en la iglesia. Me costaba imaginar la vida en ese contexto de soledad tan profunda pero en esta ocasión lo disfrutaba. La introspección es necesaria ante el barullo de nuestra vida «civilizada», pues tal es el ruido del afuera que frecuentemente olvidamos quién somos, porqué hacemos lo que hacemos y terminamos siendo lo que los demás dicen que debemos ser, consumiendo aquello que nos dicen que debemos consumir para pertenecer y viviendo el caos que como mandato seguimos, a fin solo de sentirnos productivos para quien sabe quién. El silencio es imperioso para reconectarnos con el niño que no debemos dejar de ser; el niño que disfruta, que goza y sufre, esa pureza de ser que no quiero jamás perder.

    En un mundo tan ruidoso, tan contaminado de órdenes y mandatos de otros que ni siquiera conocemos porque en realidad es un concepto tan abstracto, nos olvidamos de la relación más importante y concreta en nuestras vidas: la que mantenemos día a día con nosotros mismos, y nos dejamos de escuchar para conformar a otros y dejar nuestros deseos de lado y descender en nuestra propia lista de prioridades. El níveo silencio de la Laponia que observaba a través de las ventanas de la iglesia, ayudaba a una vez más darme cuenta lo vitalmente necesario que es hablar y escucharse a uno mismo. La Laponia era a esta altura un viaje introspectivo enmarcado en una bella travesía por las tierras del Ártico.

    Sami Siida: El Museo Sami

    Dejamos atrás el templo, en el cual pedimos los tres deseos correspondientes al hecho de conocer una iglesia nueva, parte creencia y parte superstición, para seguir nuestro íntimo recorrido por la soleada y nevada Jukkasjärvi, en dirección al Sami Siida, un museo al aire libre de la cultura Sami que se encontraba justo al lado, donde ingresamos junto a una pareja de turistas australianos. El museo, cuya entrada por adulto cuesta unas caros 180 Coronas Suecas (unos 18 USD), es simple pero informativo. Se ingresa a través del Café Sapmi, y tras pagar a la joven que atiende el café, gift shop y museo, fuimos a dar una vuelta.

    En el museo podemos observar una vivienda nómade típica, observar vestuarios, herramientas y todo tipo de artilugios que ayudan a entender y comprender la vida de los Lapones, pero sin duda el punto alto y razón del costo del precio del ingreso es la interacción con los renos, a quienes se puede alimentar y acariciar. En realidad ellos están detrás de un alambrado, pero la pareja australiana abrió la puerta y se acercaron a acariciarlos. Nosotros seguimos por detrás, con cautela. Permanecimos un rato largo con los renos, hasta que el frío en el cuerpo nos pidió entrar al café, a tomar precisamente un café.


    El café Sapmi estaba construido en una gran carpa Sami. En el centro había una gran fogata que servía para mantener caliente el lugar y para calentar el café, tal como es la costumbre del café Sami. Fácilmente uno de los lugares más inolvidables donde tomé café en mi vida. Banquetas de madera recubiertas con pieles y el calor del fuego hacían de esta cafetería algo único. El toque escandinavo en esta cafetería estaba dado que entre las limitadas opciones para comer algo, había opciones para veganos, intolerantes a la lactosa y celíacos. Parece increíble, pero aún en un pueblo en medio del Ártico existe esa variedad.

    Tomamos el café en las tazas Sami de madera de abedul, una taza que no es barata, al menos 40 euros si deseás adquirirla, pero si tomamos en cuenta la relación precio durabilidad es una ganga. Dicen que sólo se debe comprar una taza, y que ella te va acompañar toda la vida. Cierto o no, me puso a pensar en algo que me sucede cada vez que voy a un lugar lejano de lo que convencionalmente consideramos civilizado: cuánto de lo que tenemos es realmente necesario, cuanto de lo que creemos que necesitamos realmente es imperioso para nuestras vidas. Recuerdo cuando atravesamos el Altiplano entre Bolivia y Perú o mis días en el hermoso Cormorant Beach House de Isla Isabela en Galápagos, donde yo fui feliz con una heladera vieja, un televisor con antena doblada que lo único que nos dejaba ver era La Rosa de Guadalupe, un aire acondicionado ruidoso y agua apenas caliente, donde con apenas lo necesario forjamos algunas de los mejores recuerdos. Pienso entonces en la taza y digo: ¿cuántas tazas diferentes necesito realmente para tomar café? ¿cuántas cosas de las que tengo realmente necesito para ser feliz? Podrán decirme que soy conformista, que carezco de ambición, que trato de «adobarme» para enfrentar lo que sucede a mi alrededor, pero la verdad es que prefiero todo eso a sufrir de una codicia que lo único que hace es provocar una eterna inconformidad, que es a su vez funcional a un sistema que pide cada vez más de uno y otorga cada vez menos a cambio. Que no se malentienda, hay que trabajar, tener ganas de crecer y tener siempre ansias de superarse, pero por uno mismo, no para los otros.

    Luego de recuperar calor corporal en la mágica carpa gigante devenida la cafetería más bella a mis ojos, fuimos hacia los restos restaurados de la antigua ciudad Sami, en un punto medio entre el museo e iglesia y el IceHotel 365, donde gracias a la madera y el blanco de la nieve, toda imagen era de postal. Ninguna foto que pudiese yo sacar podría salir mal, simplemente porque la escena era perfecta. Antiguas escuelas, bares, negocios; todo parado en el tiempo y vacío. Quieto, inerte, en silencio, el pueblo comenzaba a despedirnos, no sin dejar un recuerdo imborrable en nuestra retina y mente en forma de imágenes y emociones muy íntimas. Pasaba Jukkasjärvi, como pasaron tantas otras, pero la sensación es que no es apenas una más.

    Mientras esperábamos por el bus que nos llevaría de vuelta a la minera Kiruna, nos dimos cuenta que las bebidas que llevábamos en las mochilas estaban al tiempo, por lo que en ese interín depositamos las mismas en medio de un montículo de nieve y dejamos que la naturaleza haga lo suyo. Para el momento que el bus arribó, las gaseosas estaban heladas, en apenas unos minutos. Y sí, estaba más frío allí que dentro de cualquier heladera.

    Nos alejamos entonces de Jukkasjärvi, el pueblo que nos acercó a los renos, a la cultura Sami, que nos maravilló con el arte en hielo; el pueblo donde el silencio era tal que la única voz a escuchar fue la propia, esa ensordecedora quietud que me permitió escuchar nuevamente esa voz que me decía que lo esencial no es material, sino, como lo dice Antoine Saint Exupery, invisible a los ojos. La taza de madera de abedul representa un gran aspecto de mi fascinación por el diseño escandinavo; no sólo es hermosa, significativa (parte importante de la cultura Sami), sino que es liviana y esencialmente funcional. Y quizás esa sea la lección a aprender: que en realidad, no necesitemos tanto, sino pocas cosas con significado y funcionales para lo que verdaderamente deseamos alcanzar, en vez de acarrear o acumular objetos que nos distraen de concentrarnos en lo que verdaderamente importa; el estar vivos, respirando, disfrutando del simple hecho de estar. Recordar y entender, en mi caso, que una imagen en la retina, un aroma en la memoria, un recuerdo que evoque un escalofrío es lo que me lleva a viajar como lo hago. Por un momento me olvidé del tremendo acumulador compulsivo en el que a veces me convierto, y volví a sentirme liviano, sin pesos innecesarios, solo llevando conmigo lo intangible y realmente importante: mis sentidos, capacidad de asombro y mi inagotable deseo de seguir recorriendo este inmenso y heterogéneo lienzo llamado mundo. Pasaba Suecia, llegaba Noruega. Este viaje estaba todavía muy lejos de acabarse…

  • Crónicas Laponas Nº 9: Jukkasjärvi, el Hotel de Hielo y la Belleza de lo Efímero

    Crónicas Laponas Nº 9: Jukkasjärvi, el Hotel de Hielo y la Belleza de lo Efímero

    Kiruna definitivamente se había ganado mi corazón viajero. Remota, por momentos hermosa, por momentos minera e industrial, pero por sobre todo efímera. La ciudad mas septentrional de la Laponia sueca había rebatido todos los argumentos de sus detractores. En mis ojos, era hasta ahora el punto alto del viaje. Pero la Laponia sueca no se detendría en su afán de sorprenderme.

    La mañana siguiente desayunamos en el ventanal frente a la mina de Kiruna, donde me desquité con todos los arenques en distintas salsas y la infaltable pasta de caviar, muy barata y común en los países nórdicos. Siempre mirando hacia la mina, heroína y culpable de todo en Kiruna, la razón por la que existe la ciudad y por la que la ciudad deberá cambiar su forma.

    Pasta de Caviar, Scandic Ferrum Hotel, Kiruna, Suecia.

    ¿Cómo llegar a Jukkasjärvi y IceHotel?

    Vista de las calles adyacentes a la Estación de Buses de Kiruna.

    En fin, otra tranquila mañana en la Laponia que continuaría, previa preparación de abrigos, cuando saldríamos del Scandic Ferrum Hotel para caminar unas pocas cuadras hacia la estación de buses, donde tomaríamos el bus hacia Jukkasjärvi, un pueblo no muy lejano que alberga el IceHotel 365 (el hotel de hielo que permanece siempre abierto), como así también el hotel de hielo que se inaugura en diciembre y se derrite en abril. Un pueblo Sami, el pueblo aborigen de la Laponia, tan remoto como silencioso. En la Estación de buses de Kiruna tomamos el bus 501 que nos depositó en alrededor de media hora en la inhóspita Jukkasjärvi, más precisamente en la entrada del IceHotel 365. El bus tiene una frecuencia de 6 viajes por día de lunes a viernes y solo 2 los sábados y domingos. Para chequear los horarios y frecuencias, lo mejor es visitar el sitio de la Länstrafiken Norrbotten.

    ICEHOTEL 365: Belleza y Arte en Hielo

    Zona del Bar, IceHotel 365.

    El IceHotel 365, es un lugar caro por donde se lo vea. ya sea para dormir como para pagar las 295 Coronas Suecas (aproximadamente unos 30 USD) que cuesta la entrada para ver las habitaciones, que resultaron ser auténticas obras de arte. La entrada fue cara incluso para estándares nórdicos, pero en mi opinión valió la pena cada centavo.

    En el interior del hotel hacía mucho frío (la temperatura permanente es de entre -5 y -8 grados centígrados), una gelidez que se olvidaba cuando los ojos se distraían ante tanta belleza. Insisto con el concepto, la belleza del frío esta subestimada, y como prueba de ello, adjunto las fotos.

    Listado de Escultores convocados parea las habitaciones del IceHotel 365.

    Tanto para este proyecto como para el hotel que existe solo de Diciembre a Abril, se convocan a escultores de todo el mundo para una experiencia sin igual.

    Incluso nos cruzamos con un par de turistas de Estados Unidos que entraban sus bolsos unto a las bolsas de dormir térmicas provistas por el hotel para poder dormir en los helados cuartos. Muy interesantes resultan las recomendaciones del hotel, en las que, por ejemplo, aconsejan dormir una noche en las habitaciones frías y combinarla con dos noches en las habitaciones cálidas, o sea, la parte normal del hotel. Sea como fuere, no resultará barato: las habitaciones frías cuestan entre 350 y 880 USD la noche, mientras que as cálidas son notoriamente más baratas, con precios que oscilan entre los 170 y 230 USD. No es precisamente una ganga pero estamos hablando de una experiencia única en un lugar por demás remoto, ubicado 200 kilómetros dentro del círculo polar ártico.

    Diviértete. Es Más Tarde De Lo Que Piensas.

    Fuete: IT.JAROFQUOTES.COM

    Durante nuestro recorrido encontramos escultores y artistas que preparaban habitaciones aún no abiertas al público o huéspedes. Un recorrido que no hizo otra cosa que maravillarnos con la profunda y serena belleza del trabajo de los artistas en el hielo. Probablemente, de mediar los recursos económicos, una noche dormiría en una de las habitaciones, pero me interesan más como una obra de arte conceptual en el que su carácter de efímero destaca por sobre lo demás, un carácter de temporalidad finita que al igual que lo que me sucedió en las Crónicas Laponas Nº 8, donde hablo de la mudanza de Kiruna, la belleza de lo temporal es la belleza de la vida en si misma, la belleza de lo que sucedió en contraposición a la tristeza por lo que terminó.

    Pasillo que lleva a las habitaciones del IceHotel 365.

    Es que es en la remota Laponia que finalmente comencé a entender que en la vida no hay que llorar por lo que se acabó, sino disfrutar de lo que sucede y sucedió; comprender que no es a la muerte que hay que temer, sino a la propia incapacidad de disfrutar mientras se vive. En la escala de lo posible, elegir el placer sobre el displacer, y elegir una postura en la vida que potencie nuestras alegrías y nos ayude a atravesar de la mejor manera los momentos más oscuros, porque nada es para siempre y el tiempo que pasa no vuelve; y tal como lo dice un proverbio chino que a esta altura es un íntimo mantra (y en el futuro cercano un tatuaje): «Diviértete. Es más tarde de lo que piensas».


    Tras una hora de recorrido y unas pequeñas compras en el Gift Shop, dejamos atrás el IceHotel de Jukkasjärvi, erróneamente llamado el IceHotel de Kiruna, con la sensación de haber apreciado una belleza diferente y subyugante. Salimos entonces a caminar por el pueblo Sami de Jukkasjärvi; un recorrido que dejaría todavía más imágenes, aromas y sensaciones imborrables, que harían de nuestros tres días en la Laponia Sueca, tres de las jornadas más inolvidables de nuestras vidas, y que colaborarían para que esta travesía se convirtiese en una de las más icónicas de nuestras experiencias viajeras.

  • Crónicas Laponas Nº 8: Kiruna, Kant, la Vida, la Muerte y el Viajar como Sentido de Existencia

    Crónicas Laponas Nº 8: Kiruna, Kant, la Vida, la Muerte y el Viajar como Sentido de Existencia

    Pasado el mediodía del domingo en Kiruna, tomamos quizás la mejor decisión de toda nuestra travesía por la Laponia: deambular sin rumbo por las calles de Kiruna, en el barrio al frente de la mina de hierro.

    La primera impresión fue que ese conjunto de casas de madera y colores, rodeadas de nieve que ofrecían el marco perfecto para su lucimiento, representaba lo que yo esperaba de la Laponia. Esa belleza minimalista de los colores que resaltan sobre un blanco níveo e infinito, aportaban esa belleza característica de los parajes donde el frío era el enemigo hostil pero a la vez el artífice de la belleza; una cualidad que en este caso es tan finita y efímera como la vida misma.

    La Belleza de lo Efímero: Kant y El Sentido de la Vida

    La sensación era rara mientras observábamos cada una de las casas, puestos que son ellas las que mayor riesgo corren de ser tragadas por el suelo debilitado por las excavaciones mineras, por lo que la empresa minera LKAB, encargada de la mudanza de la ciudad, ya ofreció a sus propietarios la demolición de las mismas y construcción de nuevos hogares a 3 kilómetros de distancia, o la compra de las propiedades al valor de un 125% del valor de mercado para que ellos decidan que hacer con el dinero.

    Alguna vez Immanuel Kant dijo que la vida no tendría sentido sin la muerte, ya que ellas y la demostración de lo finito de nuestra existencia nos provee un plazo para que durante nuestra vida nos esforcemos en dejar una huella. Y en Kiruna algo parecido sucede: el saber que todo lo que vemos va a desaparecer, le otorga un significado y belleza extras, porque nada de lo que veamos, literalmente, va a ser igual de aquí a unos 20 años. Aún si tenemos la suerte de regresar, Kiruna va a ser otra ciudad, y donde hoy están las casas, será o una ciudad fantasma o un simple y enorme manto blanco. Por eso es que mi estancia en Kiruna, estuvo constantemente rodeada por el concepto de la belleza de lo efímero: cómo si se tratase de una obra de arte conceptual, la belleza de Kiruna radica en eso, en apreciar que va a finalizar, lo que va a desaparecer, lo que va a morir. Disfrutar lo que tenemos ahora, en este exacto momento de tu vida (no importa cuando leas esto) es lo que realmente importa. Y nuestro presente es un suspiro que se va en un instante, un momento que no vuelve, que se queda como un recuerdo y que deja de existir.

    Ese es el estado de Kiruna personal que me lleva a vivir de la manera en que vivo, y a disfrutar de la manera en que lo hago. Endeudándome a veces de más para costear algo que amo de una manera más intensa que es mi aquí y ahora. Mi tiempo en este mundo es mi capital más importante, mucho más que una tarjeta de crédito que me otorgue estatus, un celular último modelo, la pose que indique mayor poder económico o social, la foto con el auto recién sacado de la concesionaria, porque eso es algo que cuando me despida de este mundo quedará aquí e irá al baúl de lo olvidable o a un basurero que destroza la naturaleza que nos brinda las mayores bellezas a disfrutar. La vida se vive, experimenta y vivencia, no se compra. Por más dinero que tengas, cuando te vas, te despedís de igual manera que el que menos tiene; con los mismos arrepentimientos, miedos o paz, llegado cada caso. Siempre pensé así, y tras las operaciones de hace unos meses esa sensación sólo recibió un empujón de la realidad para hacerse más fuerte. Y en este contexto Kantiano, disfruto a Kiruna como la ciudad que va a desaparecer, de la misma manera que intento gozar cada instante en mi vida que al pasar se descuenta de mi haber expresado en unidades de tiempo. Eso es Kiruna, esa es la belleza de lo efímero y finito; el mayor recuerdo que mi viaje por la Laponia dejó en mi alma. Por eso Kiruna estará siempre en el más exclusivo grupo de ciudades favoritas. Por sólo eso y por todo ello.

    Todo ello sumado a que viajar ha sido, es y será la fuente de energías renovables que me mantuvo a flote en mis momentos más difíciles como lo expongo en mi editorial de presentación del blog, hacen que el conocer el mundo sea un modo de vida que le da sentido a mi existencia. El vivir tu vida sabiendo que puede terminar en cualquier momento no es necesariamente hacer deportes extremos o saltar de paracaídas todos los días: es disfrutar día a día de los sabores que nos dan felicidad, escuchar las canciones que amamos, leer el libro que te transporte a donde quieras que te lleve, sentarte en una plaza o cerro a meditar o simplemente a observar la gente pasar; desprendernos de los tabúes del esnobismo que nos dicen que es aceptable que te guste y que no y hacernos felices día a día a nosotros mismos y a los que amamos que nos rodean. Vivir tu vida de manera intensa es solo tomar conciencia de lo finita de nuestra vida y de lo tremendamente improbable que es nuestra existencia (la improbabilidad de que el espermatozoide que sos vos haya ganado la carrera entre millones es un indicativo); una vida de que se va acabar no sabemos cuándo, y en la cual cada minuto que pasa es irrecuperable. Es trillado quizás, pero no por eso menos cierto.

  • Crónicas Laponas Nº 7: La Mudanza de La Iglesia Más Bella de Suecia

    Crónicas Laponas Nº 7: La Mudanza de La Iglesia Más Bella de Suecia

    Llegamos a Kiruna, en la Laponia Sueca, muy tarde por la noche anterior, agotados tras una larga travesía desde Finlandia. la Laponia no está fluidamente comunicada en transporte público, por lo que nos tomó casi 12 horas llegar desde Rovaniemi en un trayecto que en auto debería tener una duración de por lo menos la mitad.

    Vista desde la habitación del hotel a la Mina de Hierro Más Grande Del Mundo.

    Nos levantamos a desayunar en el excepcional desayunador del Scandic Ferrum, un hotel cuyo nombre deriva de su ubicación: muchas de sus habitaciones, entre esas la mía, tienen una vista hacia la mina de hierro más grande del mundo, la misma que provoca que Kiruna haya entrado en un plazo de 100 años (que por nuevos estudios podría acelerarse a solo 20 años) para mudar íntegramente la ciudad para evitar que el suelo, ya debilitado por la acción de la minería, se derrumbe y trague a la ciudad. Esos le agregaría a mi visita a Kiruna un halo de mayor belleza por lo efímero de todo aquello que nos enamoraría de la ciudad más septentrional de Suecia.

    Entrada a la Kyruna Kyrka.

    La primera parada por las nevadísimas calles de de la ciudad fue la Iglesia de Kiruna (o Kiruna Kyrka) , una bellísima construcción de madera votada por los suecos como la construcción más bella de Suecia pre 1950, un logro difícil de discutir. Todo en Kiruna transcurría en su silencio desolador pero intimista, una característica que acompañaría al resto de nuestra estadía en el que es el segundo municipio más grande del mundo, con 20 mil kilómetros cuadrados de extensión, y que cuenta con apenas 20 mil habitantes.

    La Iglesia de Kiruna fue construida entre 1909 a 1912 y es una de las Iglesias de Madera más grandes del país, y si bien su exterior es gótico, recuerda intencionalmente a una Kota, la carpa utilizada por los Sami, el pueblo nómade originario de la Laponia. El diseño y construcción estuvo a cargo del arquitecto Gustaf Wickman, con la colaboración del ingeniero Bengt Lundgren y Hjalmar Lundbohm, quien fundó la ciudad alrededor la LKAB (Luossavaara-Kiirunavaara Aktiebolag), la compañía minera que ahora requiere la mudanza de la ciudad para seguir funcionando.

    Su color rojizo del exterior no es antojadizo: le permite destacarse del bosque que la rodea en el centro de la ciudad, y es fácilmente divisable en el invierno cuando la rodean varios metros de nieve.

    A pesar de que la iglesia acoge hasta 800 personas, por decisiones de diseño la sensación es de ser más pequeña y acogedora. Cuenta con varias filas de ventanas que permiten la entrada de mucha luz natural, que contrasta con la oscura madera de la construcción.

    El altar es estilo Art Nouveau y la pintura en el retablo, llamada El Bosque Sagrado, es obra del Príncipe Eugen, Duque de Närke, hijo del Rey de Suecia Oskar II y está inspirado en la Toscana italiana.

    Su belleza es sobrecogedora, y es el corazón de la ciudad. Pero no por mucho tiempo más, porque debido a la aceleración de los tiempos, la Iglesia, cuya mudanza será de las más esperadas, será trasladada pieza a pieza, o bien, de manera íntegra utilizando grandes camiones, a su nuevo lugar, a tres kilómetros de distancia.

    Mudanza de unos de los edificios históricos en Kiruna, Suecia.

    Bella para algunos (entre los cuales me incluyo), no tanto para otros (tal el caso de la protagonista de Aurora Boreal, de la escritora Åsa Larsson, cuyas novelas transcurren en Kiruna, a quien le parece fría y fea), su situación de pronta mudanza no deja de ser fascinante. Una ciudad que encuentra en el estigma del riesgo de desaparecer la oportunidad para reinventarse, y no desaparecer.