Pasado el mediodía del domingo en Kiruna, tomamos quizás la mejor decisión de toda nuestra travesía por la Laponia: deambular sin rumbo por las calles de Kiruna, en el barrio al frente de la mina de hierro.

La primera impresión fue que ese conjunto de casas de madera y colores, rodeadas de nieve que ofrecían el marco perfecto para su lucimiento, representaba lo que yo esperaba de la Laponia. Esa belleza minimalista de los colores que resaltan sobre un blanco níveo e infinito, aportaban esa belleza característica de los parajes donde el frío era el enemigo hostil pero a la vez el artífice de la belleza; una cualidad que en este caso es tan finita y efímera como la vida misma.
La Belleza de lo Efímero: Kant y El Sentido de la Vida

La sensación era rara mientras observábamos cada una de las casas, puestos que son ellas las que mayor riesgo corren de ser tragadas por el suelo debilitado por las excavaciones mineras, por lo que la empresa minera LKAB, encargada de la mudanza de la ciudad, ya ofreció a sus propietarios la demolición de las mismas y construcción de nuevos hogares a 3 kilómetros de distancia, o la compra de las propiedades al valor de un 125% del valor de mercado para que ellos decidan que hacer con el dinero.

Alguna vez Immanuel Kant dijo que la vida no tendría sentido sin la muerte, ya que ellas y la demostración de lo finito de nuestra existencia nos provee un plazo para que durante nuestra vida nos esforcemos en dejar una huella. Y en Kiruna algo parecido sucede: el saber que todo lo que vemos va a desaparecer, le otorga un significado y belleza extras, porque nada de lo que veamos, literalmente, va a ser igual de aquí a unos 20 años. Aún si tenemos la suerte de regresar, Kiruna va a ser otra ciudad, y donde hoy están las casas, será o una ciudad fantasma o un simple y enorme manto blanco. Por eso es que mi estancia en Kiruna, estuvo constantemente rodeada por el concepto de la belleza de lo efímero: cómo si se tratase de una obra de arte conceptual, la belleza de Kiruna radica en eso, en apreciar que va a finalizar, lo que va a desaparecer, lo que va a morir. Disfrutar lo que tenemos ahora, en este exacto momento de tu vida (no importa cuando leas esto) es lo que realmente importa. Y nuestro presente es un suspiro que se va en un instante, un momento que no vuelve, que se queda como un recuerdo y que deja de existir.

Ese es el estado de Kiruna personal que me lleva a vivir de la manera en que vivo, y a disfrutar de la manera en que lo hago. Endeudándome a veces de más para costear algo que amo de una manera más intensa que es mi aquí y ahora. Mi tiempo en este mundo es mi capital más importante, mucho más que una tarjeta de crédito que me otorgue estatus, un celular último modelo, la pose que indique mayor poder económico o social, la foto con el auto recién sacado de la concesionaria, porque eso es algo que cuando me despida de este mundo quedará aquí e irá al baúl de lo olvidable o a un basurero que destroza la naturaleza que nos brinda las mayores bellezas a disfrutar. La vida se vive, experimenta y vivencia, no se compra. Por más dinero que tengas, cuando te vas, te despedís de igual manera que el que menos tiene; con los mismos arrepentimientos, miedos o paz, llegado cada caso. Siempre pensé así, y tras las operaciones de hace unos meses esa sensación sólo recibió un empujón de la realidad para hacerse más fuerte. Y en este contexto Kantiano, disfruto a Kiruna como la ciudad que va a desaparecer, de la misma manera que intento gozar cada instante en mi vida que al pasar se descuenta de mi haber expresado en unidades de tiempo. Eso es Kiruna, esa es la belleza de lo efímero y finito; el mayor recuerdo que mi viaje por la Laponia dejó en mi alma. Por eso Kiruna estará siempre en el más exclusivo grupo de ciudades favoritas. Por sólo eso y por todo ello.

Todo ello sumado a que viajar ha sido, es y será la fuente de energías renovables que me mantuvo a flote en mis momentos más difíciles como lo expongo en mi editorial de presentación del blog, hacen que el conocer el mundo sea un modo de vida que le da sentido a mi existencia. El vivir tu vida sabiendo que puede terminar en cualquier momento no es necesariamente hacer deportes extremos o saltar de paracaídas todos los días: es disfrutar día a día de los sabores que nos dan felicidad, escuchar las canciones que amamos, leer el libro que te transporte a donde quieras que te lleve, sentarte en una plaza o cerro a meditar o simplemente a observar la gente pasar; desprendernos de los tabúes del esnobismo que nos dicen que es aceptable que te guste y que no y hacernos felices día a día a nosotros mismos y a los que amamos que nos rodean. Vivir tu vida de manera intensa es solo tomar conciencia de lo finita de nuestra vida y de lo tremendamente improbable que es nuestra existencia (la improbabilidad de que el espermatozoide que sos vos haya ganado la carrera entre millones es un indicativo); una vida de que se va acabar no sabemos cuándo, y en la cual cada minuto que pasa es irrecuperable. Es trillado quizás, pero no por eso menos cierto.
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