Rovaniemi nos despide con el acostumbrado gris de los últimos días. Desayunamos y nuevamente tomamos una decisión equivocada: elegimos caminar con las valijas hasta la no lejana estación de tren, arrastrando el equipaje sobre hielo y reciente barro producto de la persistente llovizna que nos acompañaba. Un martirio que finalizó cuando por fin llegamos a nuestro tren, que nos depositaría en Kemi, una ciudad a 50 minutos de la frontera entre Finlandia y Suecia.


En la frontera entre ambos países y entre ambas ciudades, Tornio de la parte finesa y Haparanda Tornio de la parte sueca, se encuentra una Estación de Autobuses que ambas ciudades comparten. Ejemplo de integración. Normalmente el tramo en Bus entre Kemi y Haparanda o Tornio viene incluído cuando comprás el viaje de Rovaniemi a Haparanda Tornio en la página de los trenes finlandeses, pero ese sábado que elegimos realizar el trámite era Día de Todos Los Santos, que en Finlandia resultó ser un feriado de esos que se respetan a rajatabla. Así que sólo pudimos comprar hacia Kemi, donde al descender nos encontramos con una pequeña pero coqueta estación absolutamente vacía: sin personal ni pasajeros.

Para nuestra fortuna, al lado de las vías, había un café que si lo describo como idílico, me quedaba corto. Una decoración tan precisamente cálida como la temperatura en el interior. Tan agradable como la preciosa finlandesa que nos atendió, y que tras servirnos un café, se encargó de llamarnos un taxi que nos llevaría hacia Haparanda. Esa amabilidad escandinava, en este caso finlandesa, que me hace querer volver una y otra vez para estos lares tan lejanos físicamente, pero tan cercanos a mi sueños y recuerdos.



Una vez que arribamos a la estación, también vacía por el feriado, donde dejamos las maletas en los nada baratos lockers de la estación. Dependiendo el tamaño del locker a reservar, salía entre 30 y 70 SEK (algo así como entre 3,30 y 7,50 USD). Simplemente colocabas la maleta, ponías las monedas que no se te devolvían y te llevabas la llave. Simple. El único problema es que no teníamos coronas suecas, escollo que se saltó fácilmente cuando la dueña de una florería ubicada en el mismo edificio del IKEA más boreal del mundo, ubicado al frente de la estación, me cambió por monedas las coronas entregadas por el ATM.

Ya libres de peso, nos dirigimos al outlet de Haglofs, la la gran marca Sueca de ropa deportiva y de invierno. Haparanda Tornio es una ciudad de compras para muchos en la Laponia y en el norte ruso debido a la gran cantidad de outlets de marcas suecas y finesas de ropa, vajillas y lo que se te ocurra. Existen tours de compras desde todos estos lugares hacia esta pequeña ciudad. Tras Haglofs nos dirigimos entonces a conocer nuestro primer IKEA, donde tras dar unas vueltas nos dispusimos a comer las mundialmente famosas Kötbullar o albóndigas suecas, en un comedor repleto de locales que salieron a almorzar por el feriado. Un sabor más para los recuerdos de mi paladar.

Ya cerca de las 3 de la tarde, regresamos a la Estación de Buses y nos subimos al autobús que nos llevaría a Pajala, en plena Laponia Sueca, y desde dónde tomaríanos el bus final hacia Kiruna, la ciudad más septentrional de Suecia.

Los paisajes a lo largo del camino eran pintados, casas de colores que brillaban en la nieve y paisajes verdes que complementaban los pequeños y pintorescos pueblos, todos con construidos alrededor de sus hermosas Iglesias de Maderas. Acompañado todo por la belleza de la íntima luz de las velas en los cementerios.

Cuando se hizo de noche, arribamos a nuestra escala, la muy nevada ciudad de Pajala, donde descendimos con las valijas en una parada de autobús, a cuya espalda se hallaba la estación de buses que se encontraba cerrada por el feriado. Aunque a decir por los horarios pintados en la ventana del Café de la estación, permanecía mas tiempo cerrada que abierta. A decir verdad, parecía que hallarla abierta era casi un hallazgo.

El último tramo hacia Kiruna fue en la más oscura de las noches, y mientras atravesábamos pueblos algo nos llamó poderosamente la atención: las ventanas y como cada una de ellas estaba iluminada y decorada de una manera especial, una característica que observaríamos también cuando llegamos a nuestro destino final. Kiruna nos recibió con muchísima nieve, que por más hermosa que nos parecía, hizo de nuestra caminata al hotel arrastrando las maletas un calvario invernal. eran 500 metros que parecieron decenas de kilómetros por la altura de la nieve y el peso de los equipajes. Pero finalmente llegamos y pudimos ingresar al hotel a eso de las 20:30. Agotados, exhaustos, pero con las ganas siempre de ir al sauna, para recuperar energías y calor en el cuerpo.

Kiruna se revelaba como una ciudad enigmática, solitaria, por un lado pintoresca, por otro lado industrial y con la nube blanca que salía constantemente de la mayor mina de hierro del mundo: un lugar del que poco esperaba, pero que finalmente, se robaría mi admiración por su atípica belleza. No es un pueblo de casitas de colores en medio de la montaña, ni de la idílica postal al lado del lago. Las pintorescas construcciones, tal su espectacular Catedral, la más linda de Suecia según los suecos, contrastaba con la oscuridad y pesadez de ser un pueblo minero en mudanza, porque gracias a la ampliación de la mina, todo el pueblo debe moverse 3 kilómetros para evitar desmoronarse. Por esa peculiar y efímera belleza, Kiruna ya se comenzaba a instalar en mí, como uno de los puntos altos de cualquier viaje que recuerde. Porque quizás pueda regresar, pero nunca a la misma Kiruna que esa noche comencé a conocer.