En el caso de España, los destinos en oferta varían según el aeropuerto de partida, siendo los más beneficiados los aeropuertos de Alicante y Málaga. Los destinos en oferta son los siguientes:
Dependiendo el aeropuerto de salida, los destinos son de los mas variados. Para comprobar la promoción, simulamos dos vuelos desde Barcelona El Prat, el primero de ellos hacia la siempre hermosa Budapest, y esto es lo que nos ofreció:
Efectivamente encontramos pasajes por ese precio en Tarifa Value, que solo permite 1 bolso pequeño de equipaje. Similar caso cuando simulamos el vuelo a Estocolmo, la espléndida capital sueca, como se observa a continuación.
Conclusión:
No es la mejor promo de RyanAir, pues es cierto que se han visto precios más bajos, pero no deja de ser una oportunidad si estás viajando en estos meses a Europa y te faltó emitir algún tramo. Yo solo cité los vuelos existentes desde España, pero entrando a las páginas de RyanAir de cada uno de los países donde llega la línea aérea, descubrirás la totalidad de los destinos abarcados por la promoción, y quien te dice, encontrás alguno que te sirva. Qué Mejor Manera de Recibir el 2020 que Emitiendo un Vuelo.
Kiruna fue un punto alto y emotivo en nuestra travesía por la Laponia.Su carácter efímero, de pronta a mudarse y desaparecer, la hacía interesante y exótica, y la fealdad de la mina de hierro que era el corazón y castigo de la ciudad, aportaba un gris dramatismo que no entorpecía la belleza. Nada disfrutaba más que perderme por las calles entre las casas frente a la mina, esas mismas casas prontas a desaparecer. Y si algo me fascinó durante mi travesía por la Laponia sueca fueron las ventanas decoradas. Sí, esas ventanas tenían todo tipo de decoraciones que comunicaban algo, unas ventanas que hablaban.
Recuerdo que de viaje por Islandia nos encontramos con una mexicana que vivía en Reikiavik, exótico destino hacia donde partió para acompañar a su novio (resulta que su novio tiene un hijo con una colombiana que se fue a vivir a Islandia, entonces, él, para estar cerca de su hijo, se mudó a Reikiavik acompañado de su novia, que es la chica en cuestión). Esta joven originaria de algún lugar del bello México que hoy no recuerdo, contaba que la noche invernal de Islandia que dura unos 3 meses aproximadamente, no es depresiva en lo absoluto, puesto que todos se encargan de compartir a través de sus ventanas sus vidas en algún punto.
Las inclemencias climáticas por esos lares son tremendas: en Kiruna las temperaturas bajan hasta -35 en invierno, y eso, sumado a los vientos, tormentas de nieve y falta de luz, motiva que los habitantes atraviesen la mayor parte de sus vidas dentro de sus casas. Quizás, en algún punto, las ventanas sirven para comunicarse de una casa a la otra. La falta de cortinas se explica en la necesidad de recibir algo de luz y contactarse con el exterior para mitigar la sensación de encierro.
Imagino yo, en una descarada suposición, que la gente interactúa con los vecinos e intrépidos transeúntes desde las ventanas. Esas ventanas que son el espejo de la casa, a través de las cuales se puede observar que la vida fluye, aún a pesar de un clima inmisericorde, que la vida sólo se traslada a puertas adentro, pero que, de alguna manera, en el ojo del que mira, no en rol voyeurista, sigue estando un poco en el exterior.
Suposiciones aparte, estas ventanas hablan, no son apenas aberturas de vidrio con una cortina. Tienen diseños intrincados, con figuras, plantas, decoradas de una manera consciente y planificadas, ventanas que dicen algo al que las ve, ventanas hechas para ser observadas, no para ocultar lo que hay dentro.
Estas ventanas las había visto en todo el camino desde Haparanda Tornio en la frontera con Finlandia hasta llegar a Kiruna, y me llamaba la atención cómo desde el bus se podía, aún en medio de la profunda oscuridad de la noche, observar perfectanente lo que sucedía puertas adentro. Ventanas que hablaban, que comunicaban, que no tenían intención alguna de ocultar, sino todo lo contrario, tenían por objeto compartir lo que dentro sucedía para de alguna manera, a través de lo que sucede en las distintas ventanas, formar un tipo de entramado social, abstracto quizás y que solo existe en los ojos de quien observa.
Un atípico medio de comunicación cuyo éxito recae en la sutileza del silencio tan típico de Escandinavia, en la que el mensaje que se envía se comprende en base al diseño, selección de objetos y la vida insonora que se aprecia a través de las ventanas.
Vidriera de local en Kiruna de venta de artefactos de iluminación y demás accesorios para decoración de ventanas.
Un silencio que muchas veces es lo justo y necesario para comunicar. Existe en nuestro mundo actual una necesidad de llenar todos los vacíos sonoros con, muchas veces, frases o palabras más vacías que la próxima carencia de sonido. El silencio no tiene que ser incómodo, aún cuando se trata de un silencio de a dos o tres; no hay siempre que hablar, no hay que intentar llenar esa carencia con ruidos solo por evitar el silencio. Quizás a través de esa ausencia de sonidos innecesarios, estamos transmitiendo sin darnos cuenta. Un amigo o pareja con quién podés estar un rato en silencio sin que se vuelva incómodo, es alguien a quien te une un vínculo de confianza y entrega más profundo, tan es así que no necesitás expresarlo en palabras para que ambos lo sepan. El mismo silencio que acompañó todo el recorrido por la Laponia, un silencio a veces ensordecedor, otras veces íntimo, nunca extraño, sino más bien normal. Quizás el barullo es lo natural en Bangkok, pues aquí la norma es el silencio y aislamiento. Una normalidad que disfruté en demasía para escapar del ruido que rodeaba a mi vida antes de partir, un silencio que, lejos de incomodar, mi previa y ruidosa alienación citadina se encargó de balsamar.
El blanco se confundía con el horizonte. Del otro lado del lago congelado, se vislumbraba nítidamente una iglesia de madera, una de esas Iglesias construidas por los colonizadores para convertir a los Samis o Lapones al cristianismo, lo que sucedería en un largo período de 200 años que dejaría, entre otras cosas, un colorido sincretismo en el arte. El blanco era inmenso, eterno, pero tan solitario e íntimo que subyugaba, conmovía. Nos sentamos un largo rato al borde del lago congelado, para observar el monótono y minimalista paisaje del frío lapón.
Llegamos al lago ingresando, sin saberlo, en propiedad privada. Los Samis construyen varias casas en un terreno común. No todos usan las Lavvuu, sus conocidas carpas de forma cónica. En la pequeña Jukkasjärvi, muchos ya dejaron su carácter nómade, pero mantienen la costumbre de vivir cerca en un mismo pedazo de tierra, pero cada uno con su casa y su granero. Nosotros, convencidos que el espacio entre las viviendas del era una calle, ingresamos hasta las orillas del lago congelado para maravillarnos con la belleza del blanco, tan fría pero no por eso menos conmovedora. Y mientras disfrutábamos del silencio y la paz de la soledad, algún que otro local nos observaba. Y allí fue que nos dimos cuenta. Nunca nos dijeron nada, ni nos pidieron que nos retirásemos. No debemos ser los primeros en haberlo hecho.
Fue entonces que caminamos hacia la Iglesia de Jukkasjärvi, una pequeña construcción de madera cuya decoración interna soprendió con los colores vivos y esa simpleza de líneas tan propia de los pueblos nórdicos. Simple, humilde pero elegante a la vez, quizás parte de la esencia del diseño escandinavo que aquí se enriquecía con los colores de la cultura Sami, que se notaban sobretodo en el fresco del altar, donde en el centro se encontraba la imagen de Jesús de Escandinavia.
El Necesario Silencio
Más allá de creencias, siempre hallé las iglesias en lugares remotos como un lugar de introspección y paz. De más está decir que éramos los únicos caminando por el pueblo y en la iglesia. Me costaba imaginar la vida en ese contexto de soledad tan profunda pero en esta ocasión lo disfrutaba. La introspección es necesaria ante el barullo de nuestra vida «civilizada», pues tal es el ruido del afuera que frecuentemente olvidamos quién somos, porqué hacemos lo que hacemos y terminamos siendo lo que los demás dicen que debemos ser, consumiendo aquello que nos dicen que debemos consumir para pertenecer y viviendo el caos que como mandato seguimos, a fin solo de sentirnos productivos para quien sabe quién. El silencio es imperioso para reconectarnos con el niño que no debemos dejar de ser; el niño que disfruta, que goza y sufre, esa pureza de ser que no quiero jamás perder.
En un mundo tan ruidoso, tan contaminado de órdenes y mandatos de otros que ni siquiera conocemos porque en realidad es un concepto tan abstracto, nos olvidamos de la relación más importante y concreta en nuestras vidas: la que mantenemos día a día con nosotros mismos, y nos dejamos de escuchar para conformar a otros y dejar nuestros deseos de lado y descender en nuestra propia lista de prioridades. El níveo silencio de la Laponia que observaba a través de las ventanas de la iglesia, ayudaba a una vez más darme cuenta lo vitalmente necesario que es hablar y escucharse a uno mismo. La Laponia era a esta altura un viaje introspectivo enmarcado en una bella travesía por las tierras del Ártico.
Sami Siida: El Museo Sami
Dejamos atrás el templo, en el cual pedimos los tres deseos correspondientes al hecho de conocer una iglesia nueva, parte creencia y parte superstición, para seguir nuestro íntimo recorrido por la soleada y nevada Jukkasjärvi, en dirección al Sami Siida, un museo al aire libre de la cultura Sami que se encontraba justo al lado, donde ingresamos junto a una pareja de turistas australianos. El museo, cuya entrada por adulto cuesta unas caros 180 Coronas Suecas (unos 18 USD), es simple pero informativo. Se ingresa a través del Café Sapmi, y tras pagar a la joven que atiende el café, gift shop y museo, fuimos a dar una vuelta.
En el museo podemos observar una vivienda nómade típica, observar vestuarios, herramientas y todo tipo de artilugios que ayudan a entender y comprender la vida de los Lapones, pero sin duda el punto alto y razón del costo del precio del ingreso es la interacción con los renos, a quienes se puede alimentar y acariciar. En realidad ellos están detrás de un alambrado, pero la pareja australiana abrió la puerta y se acercaron a acariciarlos. Nosotros seguimos por detrás, con cautela. Permanecimos un rato largo con los renos, hasta que el frío en el cuerpo nos pidió entrar al café, a tomar precisamente un café.
El café Sapmi estaba construido en una gran carpa Sami. En el centro había una gran fogata que servía para mantener caliente el lugar y para calentar el café, tal como es la costumbre del café Sami. Fácilmente uno de los lugares más inolvidables donde tomé café en mi vida. Banquetas de madera recubiertas con pieles y el calor del fuego hacían de esta cafetería algo único. El toque escandinavo en esta cafetería estaba dado que entre las limitadas opciones para comer algo, había opciones para veganos, intolerantes a la lactosa y celíacos. Parece increíble, pero aún en un pueblo en medio del Ártico existe esa variedad.
Tomamos el café en las tazas Sami de madera de abedul, una taza que no es barata, al menos 40 euros si deseás adquirirla, pero si tomamos en cuenta la relación precio durabilidad es una ganga. Dicen que sólo se debe comprar una taza, y que ella te va acompañar toda la vida. Cierto o no, me puso a pensar en algo que me sucede cada vez que voy a un lugar lejano de lo que convencionalmente consideramos civilizado: cuánto de lo que tenemos es realmente necesario, cuanto de lo que creemos que necesitamos realmente es imperioso para nuestras vidas. Recuerdo cuando atravesamos el Altiplano entre Bolivia y Perú o mis días en el hermoso Cormorant Beach House de Isla Isabela en Galápagos, donde yo fui feliz con una heladera vieja, un televisor con antena doblada que lo único que nos dejaba ver era La Rosa de Guadalupe, un aire acondicionado ruidoso y agua apenas caliente, donde con apenas lo necesario forjamos algunas de los mejores recuerdos. Pienso entonces en la taza y digo: ¿cuántas tazas diferentes necesito realmente para tomar café? ¿cuántas cosas de las que tengo realmente necesito para ser feliz? Podrán decirme que soy conformista, que carezco de ambición, que trato de «adobarme» para enfrentar lo que sucede a mi alrededor, pero la verdad es que prefiero todo eso a sufrir de una codicia que lo único que hace es provocar una eterna inconformidad, que es a su vez funcional a un sistema que pide cada vez más de uno y otorga cada vez menos a cambio. Que no se malentienda, hay que trabajar, tener ganas de crecer y tener siempre ansias de superarse, pero por uno mismo, no para los otros.
Luego de recuperar calor corporal en la mágica carpa gigante devenida la cafetería más bella a mis ojos, fuimos hacia los restos restaurados de la antigua ciudad Sami, en un punto medio entre el museo e iglesia y el IceHotel 365, donde gracias a la madera y el blanco de la nieve, toda imagen era de postal. Ninguna foto que pudiese yo sacar podría salir mal, simplemente porque la escena era perfecta. Antiguas escuelas, bares, negocios; todo parado en el tiempo y vacío. Quieto, inerte, en silencio, el pueblo comenzaba a despedirnos, no sin dejar un recuerdo imborrable en nuestra retina y mente en forma de imágenes y emociones muy íntimas. Pasaba Jukkasjärvi, como pasaron tantas otras, pero la sensación es que no es apenas una más.
Mientras esperábamos por el bus que nos llevaría de vuelta a la minera Kiruna, nos dimos cuenta que las bebidas que llevábamos en las mochilas estaban al tiempo, por lo que en ese interín depositamos las mismas en medio de un montículo de nieve y dejamos que la naturaleza haga lo suyo. Para el momento que el bus arribó, las gaseosas estaban heladas, en apenas unos minutos. Y sí, estaba más frío allí que dentro de cualquier heladera.
Nos alejamos entonces de Jukkasjärvi, el pueblo que nos acercó a los renos, a la cultura Sami, que nos maravilló con el arte en hielo; el pueblo donde el silencio era tal que la única voz a escuchar fue la propia, esa ensordecedora quietud que me permitió escuchar nuevamente esa voz que me decía que lo esencial no es material, sino, como lo dice Antoine Saint Exupery, invisible a los ojos. La taza de madera de abedul representa un gran aspecto de mi fascinación por el diseño escandinavo; no sólo es hermosa, significativa (parte importante de la cultura Sami), sino que es liviana y esencialmente funcional. Y quizás esa sea la lección a aprender: que en realidad, no necesitemos tanto, sino pocas cosas con significado y funcionales para lo que verdaderamente deseamos alcanzar, en vez de acarrear o acumular objetos que nos distraen de concentrarnos en lo que verdaderamente importa; el estar vivos, respirando, disfrutando del simple hecho de estar. Recordar yentender, en mi caso, que una imagen en la retina, un aroma en la memoria, un recuerdo que evoque un escalofrío es lo que me lleva a viajar como lo hago. Por un momento me olvidé del tremendo acumulador compulsivo en el que a veces me convierto, y volví a sentirme liviano, sin pesos innecesarios, solo llevando conmigo lo intangible y realmente importante: mis sentidos, capacidad de asombro y mi inagotable deseo de seguir recorriendo este inmenso y heterogéneo lienzo llamado mundo. Pasaba Suecia, llegaba Noruega. Este viaje estaba todavía muy lejos de acabarse…
Rovaniemi nos despide con el acostumbrado gris de los últimos días. Desayunamos y nuevamente tomamos una decisión equivocada: elegimos caminar con las valijas hasta la no lejana estación de tren, arrastrando el equipaje sobre hielo y reciente barro producto de la persistente llovizna que nos acompañaba. Un martirio que finalizó cuando por fin llegamos a nuestro tren, que nos depositaría en Kemi, una ciudad a 50 minutos de la frontera entre Finlandia y Suecia.
En la frontera entre ambos países y entre ambas ciudades, Tornio de la parte finesa y Haparanda Tornio de la parte sueca, se encuentra una Estación de Autobuses que ambas ciudades comparten. Ejemplo de integración. Normalmente el tramo en Bus entre Kemi y Haparanda o Tornio viene incluído cuando comprás el viaje de Rovaniemi a Haparanda Tornio en la página de los trenes finlandeses, pero ese sábado que elegimos realizar el trámite era Día de Todos Los Santos, que en Finlandia resultó ser un feriado de esos que se respetan a rajatabla. Así que sólo pudimos comprar hacia Kemi, donde al descender nos encontramos con una pequeña pero coqueta estación absolutamente vacía: sin personal ni pasajeros.
Para nuestra fortuna, al lado de las vías, había un café que si lo describo como idílico, me quedaba corto. Una decoración tan precisamente cálida como la temperatura en el interior. Tan agradable como la preciosa finlandesa que nos atendió, y que tras servirnos un café, se encargó de llamarnos un taxi que nos llevaría hacia Haparanda. Esa amabilidad escandinava, en este caso finlandesa, que me hace querer volver una y otra vez para estos lares tan lejanos físicamente, pero tan cercanos a mi sueños y recuerdos.
Una vez que arribamos a la estación, también vacía por el feriado, donde dejamos las maletas en los nada baratos lockers de la estación. Dependiendo el tamaño del locker a reservar, salía entre 30 y 70 SEK (algo así como entre 3,30 y 7,50 USD). Simplemente colocabas la maleta, ponías las monedas que no se te devolvían y te llevabas la llave. Simple. El único problema es que no teníamos coronas suecas, escollo que se saltó fácilmente cuando la dueña de una florería ubicada en el mismo edificio del IKEA más boreal del mundo, ubicado al frente de la estación, me cambió por monedas las coronas entregadas por el ATM.
Ya libres de peso, nos dirigimos al outlet de Haglofs, la la gran marca Sueca de ropa deportiva y de invierno. Haparanda Tornio es una ciudad de compras para muchos en la Laponia y en el norte ruso debido a la gran cantidad de outlets de marcas suecas y finesas de ropa, vajillas y lo que se te ocurra. Existen tours de compras desde todos estos lugares hacia esta pequeña ciudad. Tras Haglofs nos dirigimos entonces a conocer nuestro primer IKEA, donde tras dar unas vueltas nos dispusimos a comer las mundialmente famosas Kötbullar o albóndigas suecas, en un comedor repleto de locales que salieron a almorzar por el feriado. Un sabor más para los recuerdos de mi paladar.
Ya cerca de las 3 de la tarde, regresamos a la Estación de Buses y nos subimos al autobús que nos llevaría a Pajala, en plena Laponia Sueca, y desde dónde tomaríanos el bus final hacia Kiruna, la ciudad más septentrional de Suecia.
Los paisajes a lo largo del camino eran pintados, casas de colores que brillaban en la nieve y paisajes verdes que complementaban los pequeños y pintorescos pueblos, todos con construidos alrededor de sus hermosas Iglesias de Maderas. Acompañado todo por la belleza de la íntima luz de las velas en los cementerios.
Cuando se hizo de noche, arribamos a nuestra escala, la muy nevada ciudad de Pajala, donde descendimos con las valijas en una parada de autobús, a cuya espalda se hallaba la estación de buses que se encontraba cerrada por el feriado. Aunque a decir por los horarios pintados en la ventana del Café de la estación, permanecía mas tiempo cerrada que abierta. A decir verdad, parecía que hallarla abierta era casi un hallazgo.
El último tramo hacia Kiruna fue en la más oscura de las noches, y mientras atravesábamos pueblos algo nos llamó poderosamente la atención: las ventanas y como cada una de ellas estaba iluminada y decorada de una manera especial, una característica que observaríamos también cuando llegamos a nuestro destino final. Kiruna nos recibió con muchísima nieve, que por más hermosa que nos parecía, hizo de nuestra caminata al hotel arrastrando las maletas un calvario invernal. eran 500 metros que parecieron decenas de kilómetros por la altura de la nieve y el peso de los equipajes. Pero finalmente llegamos y pudimos ingresar al hotel a eso de las 20:30. Agotados, exhaustos, pero con las ganas siempre de ir al sauna, para recuperar energías y calor en el cuerpo.
Vista desde el Sauna hacia la Mina de Hierro de Kiruna.
Kiruna se revelaba como una ciudad enigmática, solitaria, por un lado pintoresca, por otro lado industrial y con la nube blanca que salía constantemente de la mayor mina de hierro del mundo: un lugar del que poco esperaba, pero que finalmente, se robaría mi admiración por su atípica belleza. No es un pueblo de casitas de colores en medio de la montaña, ni de la idílica postal al lado del lago. Las pintorescas construcciones, tal su espectacular Catedral, la más linda de Suecia según los suecos, contrastaba con la oscuridad y pesadez de ser un pueblo minero en mudanza, porque gracias a la ampliación de la mina, todo el pueblo debe moverse 3 kilómetros para evitar desmoronarse. Por esa peculiar y efímera belleza, Kiruna ya se comenzaba a instalar en mí, como uno de los puntos altos de cualquier viaje que recuerde. Porque quizás pueda regresar, pero nunca a la misma Kiruna que esa noche comencé a conocer.
A la Izquierda el edificio del Centro Pilke, a la derecha, ingreso a Museo Arktikum.
Salimos del hotel a la gris Rovaniemi, que a su frío lo acompañaba de una levemente incómoda llovizna. Ingresamos a algunos negocios en el camino, hasta, tras caminar unas cuadras, llegar a nuestro destino de ese día: el Centro de Ciencias Pilke y el Museo Arktikum, este último objeto de nuestro principal interés. Los precios para entrar al Arktikum eran de 13 Euros por persona y por 15 Euros ingresábamos a ambos, por lo que nos decidimos por esa opción. Toda la información sobre el Centro Pilke en este link, y sobre el Arktikum en este otro enlace. Cabe aclarar que para adquirir los dos ingresos por 15 Euros hay que hacer dicha compra en el Centro Pilke.
Centro de Ciencias Pilke
Interior del Centro de Ciencias Pilke
El Centro de Ciencias Pilke es un centro interactivo para gente de todas las edades en el cual se enseña y muestra a través de juegos interactivos el proceso del uso sostenible de la madera de los bosques nórdicos. Pequeño, bien diseñado, divertido e interesante. Transcurrimos entre los juegos aproximadamente 45 minutos y nos retiramos por la salida que nos conectaba directamente con la entrada al Arktikum.
Arktikum: El Museo Para Quien No Gusta de Museos
Interior del Museo Arktikum.
El Arktikum es, tal lo sugiere el nombre, es el museo, centro de ciencias y centro de conferencias, donde se puede aprender sobre todo lo referente al Ártico. Un museo atípico, con mucha interactividad y que sentimos nos enseñó muchísimo sobre esta región. Cuenta con exhibiciones permanentes y temporales, y un sector específicamente dedicado a las Auroras Boreales, donde incluso nos podemos acostar en unos almohadones y ver en la pantalla del techo una recreación en video de las Auroras Boreales. Para ver el video, solo clickeá aquí.Como dirían en España, una pasada.
Vista de las Auroras Bpreales desde Arktikum. Foto: Wikimedia Commons
Precisamente, el Arktikum cuenta como característica arquitectónica principal, una larga galería semicircular vidriada que desemboca en la orilla del río Ounasjoki. Precisamente en el Arctic Garden, tal como se llama al Jardín que rodea la galería del Arktikum en la orilla del río, se encuentra el mejor Spot para ver las Auroras Boreales en Rovaniemi. Esto se da porque alrededor de la galería hay una relativamente baja polución lumínica, lo que permitiría ver las auroras. Y lo mejor, a una caminata de solo 10 minutos desde el centro.
En el Artikum aprendemos de fauna, flora, del proceso de formación de las Auroras Boreales, pasando por el cambio climático global y otras amenazas ecológicas que afectan al ártico, con especial énfasis en los pueblos que habitan la región, y en particularl los Sami, el último pueblo aborigen de Europa y cuyos miembros viven en la Laponia. Llama la atención la recreación de una confitería de una estación de servicio en la laponia finlandesa, por su importancia en la vida e historia reciente de la región. Todo de manera amena e interactiva. Altamente recomendable si estás en Rovaniemi.
Me pareció tan interesante que comparto a continuación una Galería de Fotos para quienes quieran conocer un poco más del Arktikum.
Tras ello, nos dirigimos al hotel donde cumpliríamos con nuestra rutina por última vez: visitar el sauna, para posteriormente ir a la habitación para descansar. Al otro día dejábamos Rovaniemi con destino final en la enigmática Kiruna, la ciudad más septentrional de Suecia, y hacia donde llegaríamos en una larga combinacion de trenes y buses. Viajar por la Laponia en transporte público es ciertamente más difícil que hacerlo en auto por cuenta propia, pero no imposible y menos atractivo. Finalizaban nuestros días en Finlandia, pero con la íntima certeza de que al país del Suomi, Korvapusti, pasteles de karelia y los saunas en todas las formas, seguramente habremos de volver.